Comentario
El resto del viaje, y cómo la nao surgió en el puerto de Acapulco
Fuese navegando con poco viento a propósito, y con terrales y virazones. De espacio hallamos corrientes contrarias, y obligados dellas y del poco contrario viento Sueste que nos llevaba a varar en la playa de Citala. Dimos fondo por dos veces: al fin llegamos cerca del puerto, donde salió una barca a remo y vela a saber la nao y gente que éramos. El capitán envió en el botiquín un mensajero, y a la barca ordenó que remolcase la nao hasta que surgimos en el puerto de Acapulco, a veinte y tres de noviembre del mismo año de mil seiscientos y seis, con sola muerte del comisario, y toda la gente sana. ¡Gracias a Dios por esta y las otras mercedes que en todo el viaje nos hizo, como se ve en la historia!
Es de advertir que cuando de la bahía nos desgarró el viento Sueste, que no se entendió venir a la Nueva España, a cuya causa no vinimos, como se puede venir, a Lesnordeste: y cortar la línea equinoccial cuatrocientas leguas más a Leste de adonde la cortamos, fuera más breve el viaje; y si el viento Noroeste que tuvimos cuando fuimos de Taumaco a la bahía es durable, será mucho más breve.
El día siguiente, que fue de Santa Caterina mártir, salió de la nao el capitán y su gente siguiendo el estandarte Real, que muchos del lugar acompañaron desde la playa a la iglesia. Llevamos a Pedro y Pablo, ambos vestidos de nuevo, a la pila; habiendo dicho la misa el vicario, que les puso el óleo y crisma que les faltó por recibir, porque no dio lugar la tormenta cuando fueron bautizados: y con la orden que salimos nos recogimos a la nao.
A pocos días después de nuestra llegada, vino de las Filipinas un navío y trajo por nuevas como don Pedro de Acuña, gobernador de ellas, ganó la isla de Torrenate con poco daño de su gente. Fue esta nueva muy alegre, y celebrada luego aquí con repique de campanas y alegría en la gente. En México se hicieron grandes fiestas bien debidas a vitoria tan deseada. Esto digo, y espero mayores fiestas y gozos por tantas islas y tierras que Dios fue servido mostrarme; pues todo es de un mismo dueño, y ser muy justo que suene esto en el mundo para más gloria de Dios, y honra de nuestra España. También llegó otra nao donde murieron en la mar setenta y nueve personas, y otras once en el puerto, de una grande enfermedad que da en aquella carrera; y según se dijo, cuando venían navegando se compró una gallina por dos mil y cuatrocientos reales, y por otra daban tres mil y doscientos y no la quisieron vender.
Cuéntase la solenidad con que fue desembarcada y recebida la cruz de naranjo que se arboló en la bahía de San Felipe y Santiago
Envidioso el padre Fr. Juan de Mendoza, guardián del convento de San Francisco de los descalzos de este puerto, de la veneración con que la cruz fue recebida de los religiosos de su orden el día que se arboló en la bahía de San Felipe y Santiago, como está dicho, con grande encarecimiento la pidió al capitán; diciendo que en la playa la quería recebir, y en procesión llevarla a su convento, Hubo sobre esto un muy honrado y santo pleito, porque el vicario del lugar la quería recibir con la misma reverencia para ponerla en su iglesia. Alegóse de parte a parte el derecho; mas al fin, por ciertos ruegos, el vicario largó la palabra que el capitán le tenía dado de dejarla en su poder.
El día de la Concepción de la madre de Dios el capitán, con la más grandeza que pudo, sacó de la nao la cruz, y a la orilla del mar la entregó al dicho padre guardián con otros seis religiosos. Recibióla de rodillas con mucha devoción, y puestos en orden de procesión, a los dos lados de la cruz Pedro y Pablo cada uno con un hachote encendido, detrás toda la gente del pueblo llevando bandera y caja, fuimos marchando al convento. A la puerta de la iglesia estaba un padre revestido; el capitán, que es el que llegó primero, le fue sirviendo de macero hasta llegar donde estaba el guardián, que hizo de rodillas entrega de la cruz al capitán. El capitán la dio al padre en las manos, que la llevó a su iglesia y la clavó en altar mayor, con repique de campanas de ambas iglesias, son de trompetas, tiros de cámaras que allí estaban y de las piezas de la nao y fuerza, y continuas cargas de mosquetes y arcabuces de los soldados. Alegría que mostró toda la gente en común, y no menos el capitán que, aunque tuvo deseo de dar en Roma esta cruz en las manos del pontífice, y decirle ser la primera que en nombre de la iglesia católica levantó en aquellas nuevas tierras, con los indios que entendía traer de ella por primicias, y pedirle para todos aquellos y otros vivientes grandes favores y gracias, se acomodó con el tiempo que le robó la gloria de este triunfo; da muchas gracias a Dios de cuya bondad espera volver la cruz al lugar donde la trajo.